Manila -mayo 2012- Los comienzos no son los mejores:
- Me intentan abrir la mochila en un paso de peatones, miro atrás y veo un una persona rara que disimula silbando.
- Los hoteles son feos y caros. Al final encontramos uno que parece un chollo: algo malo tiene que tener. Y lo descubrimos la noche: era una especie de puti.
- La ciudad esta destartalada. Sucia. Húmeda.
- El calor es agobiante, estamos cansados, llevamos encima 8 meses de viaje por todo el Sudeste Asiático.
Viajar es bonito pero no todo son palmeras y playas blancas.
Viajar no es irse de vacaciones, viajar cansa, te entra en la piel, en la nariz, en los músculos, en el cerebro, en los sueños.
Filipinas te catapulta a Sudamérica, o lo que nosotros creemos que es Sudamérica. Los rostros son parecidos a los del otro lado del charco, los noodles dejan espacio a platos de carne, los templos a las iglesias y el espíritu de la gente es más caliente.
Son latinos. Son latinos a los que le gusta el karaoke. Y las peleas de gallo.
Filipinas fue española. Y se ve. Sobre todo en Manila. Fue allí, en la capital, y bajo la mirada de la Catedral de la Inmaculada Concepción que los vimos: un grupo de niños que estaban hablando muy animadamente de algo. Parecía algo muy importante. Extremamente importante. Eran niños con los ojitos brillantes, vivos, rebeldes. Un poco de rebeldía ya la demostraban: aparcados allí donde no debían.