Hace unos meses escribíamos lo siguiente:
“Pongamos que cuando Dios, Zeus, Buda, el Adn o quien sea dotó al hombre de vida, esta venía con varios equipamientos de serie: un corazón, dos pulmones, dos ojos, un cerebro, un alma y alguna cosita más. Pero también nos dotaron con algún que otro equipamiento extra: hay quien es muy listo, quien cuenta chistes muy bien, quien canta como un ángel, quien come sin engordar y luego están los viajeros. A los viajeros nos dieron alas y raíces.
Las alas nos sirven para volar lejos de casa, para visitar nuevos lugares, para darnos cuenta de que otros mundos son posibles, para crecer y conocer.
Las raíces son aquel sentimiento que nos ata a nuestro hogar, el amor que sentimos por nuestra tierra, el cariño y la ternura incondicional que nos entra cada vez que estamos cerca de casa.
Las alas nos instigan a irnos. Las raíces nos instigan a volver. Irnos y volver. Deseo de viajar, nostalgia de casa. Y aquí comienzan los problemas: por un lado tenemos el deseo irresistible de salir a la aventura (si nos quedamos quietos durante mucho tiempo nos sentimos vacíos, apagados). Pero también pasa que por cuanto lejos nos lleven las alas, siempre nos quedará en el corazón la sensación de que, antes o después, las raíces nos devolverán a nuestro hogar. Es el destino de un viajero, la dulce condena que nos toca cumplir.”
Estábamos, por aquel entonces, a pocos días de regresar de un viaje de un par de semanas por Roma, Atenas y Berlín. Tenía ganas de desconexión, de escribir, de casa, de un baño todo mío, de una cama toda nuestra. En definitiva: tenía ganas de echar raíces. Tuve incluso miedo de haber roto mis alas. No me apetecía viajar durante mucho tiempo, ni demasiado lejos.
Pero las alas no se habían roto, solo estaban descansando. Hello alas, bye bye raíces: es el destino de un viajero, la dulce condena que nos toca cumplir, ya os lo dijimos.
Volvemos. A irnos. Siempre hay donde ir, porqué sabemos donde volver. Subiremos al avión tras habernos despertado en Sigüenza, no hará frío, pero tampoco hará calor. El otoño ya está llamando a la puerta pero nosotros no le vamos a abrir. Subiremos al avión tras haber subido al tren. Un tren limpio, ordenado, lleno de maletas, maletines y maletones. Subiremos al avión pero no seremos los dos de siempre. Nos vamos 4 y no, no tengo dos gemelos en la barriga… nos vamos con los padres de Rober, «los Valerianos», que poco saben de lo que les espera (para saber no saben ni adonde nos vamos :-p)
Cuando bajemos del avión nos recibirá el aire pegajoso, húmedo y sofocante de una de nuestras ciudades favoritas. Cuando bajemos del avión nos golpeará el olor de los pinchitos de carne, de las ofrendas de flores, de las especias, de la polución, del caos y de lo extraño.
Para muchos estaremos a miles de kilómetros de casa. Pero cuando bajemos del avión, nosotros habremos vuelto.
Primera parada: Bangkok. Síguenos en Instagram Stories y Snapchat porque tenemos pensado enseñaros el viaje en directo 🙂 y seguro que alguna «valerianada» cae 😉
4 comentarios en “ALAS Y RAÍCES (VOLVER. A IRNOS.)”
Gracias por esas palabras. Imposible no resonar con ellas y hasta dejar caer un lagrimon. Lo importante es q nunca nos corten las alas… ..ni las raíces
Como lo sabes Ivi!! Donde se juntarán de nuevo nuestras alas? Por donde andás boluda?
Siempre es un placer leerlos y encontrar en su página el buen humor y la inspiración que los caracteriza. Esta es una de las mejores entradas y me llego al alma. Les deseo un excelente viaje a los 4 🙂
Gracias Karla!!!! Un besote muy fuerte!